La tabla de esmeralda de Hermes Trismegisto
CAPITULO XIII
Por qué la Piedra es llamada perfecta
Esta Piedra es llamada perfecta porque ella posee en sí la naturaleza de las cosas minerales, vegetales y animales. Por eso es llamada triple, o dicho de otra manera tri-una; es decir triple y única, teniendo cuatro naturalezas, es decir los cuatro Elementos y tres colores, el negro, el blanco y el rojo. También es llamada el grano de trigo, el cual si no muere permanecerá solo; y si muere (como anteriormente se ha dicho, cuando se conjuga en la conjunción) produce mucho fruto, a saber, cuando las operaciones de las que hemos hablado son acabadas. ¡Oh Amigo Lector! si tú conoces la operación de la Piedra, yo te he dicho la verdad; y si tu no la conoces, yo no te he dicho nada. Terminado y acabado está lo que he dicho de la obra del Sol. Es decir, lo que se ha dicho de la operación de la Piedra de tres colores y cuatro naturalezas, que están en una cosa única, a saber en el Mercurio filosofal, está acabada y terminada.
NOTAS
1 La traducción que utiliza Hortelano es la versión latina, que en algunos párrafos es algo distinta -aunque sin variar el sentido- a la versión árabe, que es la utilizada normalmente en todas las traducciones de la Tabla Esmeraldina, y en las que se comienza así: «En verdad, ciertamente y sin duda…». La inclusión del término ‘sin mentira’ reafirma aún más si cabe lo verdadero y auténtico del Arte alquímico o Gran Obra, la certeza de su origen revelado y supra-humano, pues en realidad se trata de una ciencia sagrada, y hasta podríamos decir que, junto con la Astrología, constituye la ciencia sagrada por excelencia, ya que de ambas derivan todas las demás.
2 Todo el comentario de este primer capítulo se centra en lo sumamente importante que es para el alquimista experimentar en sí mismo las operaciones de la Gran Obra (que son las propias de todo proceso auténtico de ascesis y realización espiritual), pues no basta con que dichas operaciones se entiendan sólo a nivel teórico y mental, sino que han de hacerse efectivas en la práctica: han de ser vividas. La obra alquímica no es ajena al discurso de la existencia humana, sino que muy por el contrario constituye su paradigma, al mismo tiempo que un permanente recordatorio de lo que esa existencia es en lo esencial de sí misma. En este sentido, Titus Burckhardt señala que: «En verdad» se refiere a la esencia de lo revelado, y ‘ciertamente y sin duda’ a su experiencia subjetiva».
3 Esta fórmula hermética, que «Lo de abajo es como lo de arriba, y lo de arriba como lo de abajo…», ofrece la clave y la regla a seguir en todas las operaciones alquímicas, basadas en la certeza de que el cosmos constituye un todo ordenado y jerarquizado en distintos planos y niveles, los cuales se relacionan y vinculan entre sí gracias a las leyes de las analogías y las correspondencias simbólicas. Esto hace posible que «lo de abajo» (la Tierra o el hombre) se comunique y conozca «lo de arriba» (el Cielo), para lo que es necesario que en uno exista algo del otro, es decir, que vibren en una misma frecuencia de onda. Aquí aparece también otra máxima alquímica de suma importancia para el proceso de transmutación: «lo semejante atrae a lo semejante». O dicho de otra manera, ¿cómo podría alcanzarse el Conocimiento (la Piedra Filosofal) e identificarse con él, si éste no fuera inmanente a la propia realidad del mundo y de la vida? En este sentido, en casi todos los comentarios de Hortelano, la Tierra, el mundo de la naturaleza y el propio cuerpo humano, se consideran como los recipientes que recogen las emanaciones de los efluvios celestes, reflejando así las leyes del orden y la armonía universal. Como explica Julius Evola, en el cuerpo humano «se hallan los Tres, los Cuatro, los Siete y los Doce; Azufre, Mercurio y Sal; Tierra, Agua, Aire y Fuego; los Planetas; el Zodíaco… Arte hermético es iluminar de nuevo el sentido de las analogías, restableciendo la realidad de los contactos».
4 Alusión sin duda al «rocío celeste» vivificador, el cual simboliza el descenso de las energías (las ideas y arquetipos) espirituales en el seno de la individualidad humana, a la que transmutan revelándole su identidad con lo universal. En la iconografía alquímica es frecuente representar el cuerpo inerte del alquimista yaciendo en una tumba -imagen del athanor- o en el suelo (simbolizando la muerte iniciática), el cual cobra vida -resucita- gracias a las gotas de lluvia que sobre él descienden.
5 La separación y la conjunción no son otra cosa que la ‘disolución’ y la ‘coagulación’ -solve et coagula-, que se corresponden con las dos etapas o fases que determinan todo el proceso de transmutación. A una disolución corresponde la muerte a un plano (a una concepción del mundo y de nosotros mismos), y una coagulación: el nacimiento a otro.
6 Todo este capítulo alude directamente a la operación del Fiat Lux emanado del Logos o Palabra creadora, la que extrajo el orden -el cosmos- de las tinieblas del caos primigenio. Este caos es la propia substancia indiferenciada (la ‘masa confusa’ de que habla Hortelano) que contiene en estado potencial y latente todas las posibilidades de manifestación, ya sea de un mundo, de un ser, o de la manifestación universal en su conjunto, y que no se actualizarán en tanto no sean fecundadas (iluminadas) por la palabra del Espíritu. Los filósofos herméticos denominan a dicho caos «nuestro caos», simbolizado por la serpiente o dragón Uroboros, el cual vendría a ser una imagen de la «Materia de obra» o «Mercurio Filosofal» del que el alquimista (el artista), imitando el gesto cosmogónico del Dios creador, extraerá su propio ordenamiento interno.
7 Léase con el «Arte de la Alquimia». En este sentido, en el contexto alquímico y tradicional, la palabra ‘artificio’ procede de artifex, el que trabaja con arte, siendo el artifex o artesano por excelencia el propio Dios creador, también llamado Gran Arquitecto del Universo en las tradiciones occidentales de origen artesanal.
8 Alusión al Sol como el Logos spermatikós de los filósofos y alquimistas alejandrinos. El Sol -el oro filosofal- se asimila así al Espíritu del Mundo vivificador, en tanto que la Luna -la plata filosofal- simboliza el Alma del Mundo o matriz cósmica. En este sentido, en la Alquimia tántrica hindo-budista el Sol se corresponde con el dios Shiva, y la Luna con la Shakti (o potencia) del mismo, es decir con su Mujer. Se trata por tanto de la pareja arquetípica, del macho y de la hembra primordiales, de cuya unión o ‘coito’ perpetuo nacen todos los mundos, seres y cosas que constituyen la manifestación universal. En el hombre la unión del alma regenerada con su principio supra-individual (el espíritu) da lugar al andrógino, y al cual se refieren los alquimistas cuando hablan «de dos naturalezas y una sola esencia».
9 El fermento o alimento del Espíritu (de nuestro ser interno) es la propia fuerza, o voluntad de poder (esto es, el amor, entendido por lo más alto) que él mismo engendra al fecundar al alma o psiqué. Esto mismo tal vez tenga relación con lo que decía José de Maistre: «Goza la inteligencia con todo aquello que la revela».
10 El secreto de la obra reside en el equilibrio de las dos energías cósmicas que en la Alquimia reciben el nombre de azufre y mercurio, sometidas ambas a las influencias solares y lunares (y terrestres), respectivamente. La una es masculina y la otra femenina, y, como hemos señalado anteriormente, la conjunción o la adaptación mutua (representada por el ‘casamiento alquímico’ del Rey -el Sol- y de la Reina -la Luna-, seguido de una disolución y una muerte recíproca) genera el andrógino o rebis, esto es, el «Hijo de la Filosofía».
11 A la doble operación consistente en «fijar lo volátil y volatilizar lo fijo» aluden los textos alquímicos cuando dicen que el secreto de la obra consiste en «espiritualizar el cuerpo y corporeizar el espíritu», máxima que indica que cuando el influjo del Espíritu ‘desciende’ (promovido y atraído gracias al reiterado y prolongado proceso ritual de cocción, fermentación, destilación y sublimación llevado a cabo en el interior del athanor de la conciencia) éste ‘fija’ o ‘coagula’ todos los estados del ser, a los que actualiza haciéndolos permanentes. Dicha coagulación está sugerida por el propio cuerpo (‘el cuerpo como realidad interna’, al decir de Burckhardt), pues pese a su efímera existencia, éste constituye un todo acabado, un pequeño cosmos, motivo por el cual en los textos alquímicos siempre se le ha considerado como una imagen sensible y un símbolo vivo de la Piedra Filosofal. En el simbolismo constructivo (tan vinculado con la simbólica alquímica) La Piedra Filosofal es idéntica en cuanto a su significado a la «piedra angular» que corona todo el edificio, esto es, toda la ‘obra’. Lo mismo podríamos decir de la «piedra cúbica en punta» del simbolismo masónico. Por otro lado, los alquimistas han dejado escrita esta otra sentencia plena de significado, y que guarda relación con lo que estamos diciendo: «Si declaramos espiritual nuestra materia, es verdad; si la declaramos corporal, no mentimos. Si la llamamos celeste, es su verdadero nombre. Si la denominamos terrestre, hablamos con propiedad».
12 Los alquimistas aconsejaban la virtud de la paciencia en todas las operaciones, añadiendo que «toda precipitación procede del diablo».
13 Los excrementos o estiércol son términos que designan la fase de la ‘putrefacción’ u ‘obra al negro’, durante la cual el alquimista muere a su condición profana para renacer a la vida nueva, simbolizada a su vez por la ‘obra al blanco’. A esto mismo se refieren las palabras de San Pablo: «Sembrado en la corrupción resucitará en la Gloria»
14 Como podemos comprobar, todo el comentario a este capítulo gira alrededor de la necesaria e imprescindible rectificación o limpieza contenida en los distintos elementos: tierra, agua, aire y fuego, los cuales, siendo cuatro estados de la materia física, y progrediendo del más denso al más sutil, simbolizan otros tantos estados del alma. El resultado de la rectificación es la obtención de la Piedra Filosofal, tal y como queda indicado en el acróstico alquímico V.I.T.R.I.O.L., «Visita (o desciende) al Interior de la Tierra (de ti mismo) y Rectificando Encontrarás la Piedra Oculta». Precisamente, la Piedra Oculta se identifica también con la «quintaesencia», simbolizada por el éter, del cual surgen los diferentes elementos por adaptación en un movimiento centrífugo y expansivo, del ‘interior’ al ‘exterior’, y a ella retornan cuando han cumplido su ciclo de manifestación en un movimiento centrípeto y concentrativo (coagulador), o del ‘exterior’ al ‘interior’. En realidad, con todo esto lo que se quiere decir es que la Piedra Filosofal -la quintaesencia- estaba ya al comienzo y al final de todo el proceso, y que la idea de una elaboración, de una búsqueda, y una obtención de la misma tendría que ver más con el hecho de ‘despertar’ la memoria y recordar (en el sentido de la ‘reminiscencia’ platónica) lo que uno mismo y las cosas son y siempre han sido. En este sentido, un texto alquímico asegura: «He aquí que os declaro lo que es desconocido: la Obra está con vosotros y en vosotros: si la halláis en vosotros, donde está continuamente (el subrayado es nuestro), la poseeréis también siempre, allí donde vosotros estéis». A esto se refiere igualmente la expresión de la Tabla de Esmeralda: «El padre de todo, el Telesma del mundo, está aquí»
15 Referencia al hombre regenerado por el Arte como el intermediario entre el Cielo y la Tierra. Ubicado en el centro de sí mismo, es decir, habiendo recuperado el estado andrógino, el alquimista, como el chamán, asciende y desciende por la escala de los mundos, pues como decía Pernety «el hombre (regenerado) participa de las virtudes y propiedades de todos los seres». El conoce las cosas del mundo superior y del mundo inferior, ya que su naturaleza andrógina participa de los dos, de ahí que como intermediario entre uno y otro establezca su mutua comunicación. Pero en ‘Sí mismo’, esta distinción entre superior e inferior, como cualquier otra distinción, desaparece para dar lugar a la Unidad del Todo. «Uno el Todo» decían los maestros herméticos, lo que metafísicamente (es decir esencialmente) significa que el Ser -la Unidad- y su manifestación -el Todo- son una ‘sola y misma cosa’.
16 Ver capítulo VI y nota 11.
17 En vez de ‘gloria’ en la versión común aparece la palabra ‘luz’, pero el significado viene a ser el mismo en ambos casos. Se trata de la Luz del Espíritu, de su Inteligencia creadora, que es «la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre», como se dice en el prólogo del Evangelio de San Juan. «Poseerás la gloria, o la luz, de todo el mundo», vendría a significar que el Conocimiento se habrá realizado de manera efectiva en él (es decir, que el hombre, restituido a su verdadera identidad, es ese mismo Conocimiento), alejándose «toda oscuridad y tinieblas».
18 La traducción árabe es quizá más clara y completa a este respecto, pues en lugar de «así el mundo ha sido creado», se dice: «Por tanto, el mundo pequeño está hecho a semejanza del grande». Vuelve a aparecer aquí la analogía entre lo de «arriba y lo de abajo», entre el macro y el microcosmos, el universo y el hombre.
19 Las «tres partes de la Filosofía (Sabiduría) de todo el mundo» alude sin duda alguna al conocimiento de los tres mundos, la Tierra, el Mundo Intermedio y el Cielo, los que conforman la estructura cósmica. Estos tres mundos se relacionan con las tres fases principales de la Gran Obra, simbolizadas por los tres colores alquímicos: el negro, el blanco y el rojo. La cuarta parte restante sería el dominio de lo inmanifestado, de lo supra-cósmico y lo innombrable. Por otro lado, en este comentario aparece claramente la función que Hermes Trismegisto se atribuía a sí mismo, y que servirá de modelo ejemplar a sus sucesores, los cuales, como Hortelano, han sido los transmisores y los mensajeros de la Filosofía y la Cosmogonía Perennes, expresadas tras el lenguaje velado, y revelador, de los símbolos hermético-alquímicos.
Fuente: Revista Symbolos